Peter
Lorre encarna a M. un sádico asesino de niños, antes de instalarse en
Estados Unidos y convertirse en la cara del malo por excelencia en
innumerables films de cine negro. Lang se adelanta a su época
proponiendo un impresionante artillería de movimientos de cámara y
encuadres insospechados para la época, logrando un relato lleno de
suspenso y emotividad. El punto alto de la
película son la aparición del mundo del delito como punto de control
del asesino, quien al aterrorizar a la población comenzaba a afectar sus
"negocios". La interpretación de Lorre a lo largo de toda la película,
sobre todo en el juicio sumario que le hacen los ladrones, es sublime,
uno de los puntos más altos de su carrera.