Crumb (Terry Zwigoff, 1994)

Cada película tiene su momento de identificación, de ese sentimiento de que nos están hablando al oído, movilizando fibras íntimas. A veces no es el momento o tienen que pasar varias vueltas de días y experiencias para que esa música suene para nosotros. En CRUMB, el largo y por momentos doloroso retrato que hace Zwigoff del dibujante impulsor de la movida under del comic de los sesenta Robert Crumb, hay un momento donde la música es el pretexto para dar con el espinazo de toda la obra del artista. En sus palabras: "Cuando escucho música antigua es uno de los pocos momentos en que realmente tengo un poco de amor por la humanidad. Escuchas la mejor parte del alma de la gente común, tú sabes. Es su manera de expresar su conexión con la eternidad o como quieras llamarlo. La música moderna no tiene eso. Es una calamitosa pérdida que la gente no pueda expresarse ya de esa manera". Esta es a mi entender, la esencia del arte de Crumb, el escondite perfecto tras la profesión de dibujante, para recluirse de un mundo que se le muestra extraño y hostil. Y como si se tratara de un monstruo de tres cabezas, la presencia de sus dos hermanos, que terminan de configurar esa marca Crumb que habla del desasosiego y de la fragilidad de ese sueño americano encarnado tal vez por su padre, autor de libros de liderazgo y autoyuda. Crumb muestra la solapa de un libro de su padre, con una fotografía que lo muestra sonriente, y subrayando con su típica risa nerviosa e incómoda (marca registrada de los payasos) cómo esa sonrisa se diluía al llegar al hogar.